jueves, 6 de febrero de 2014

El Masters enfrentará por primera vez a padre e hijo

El Masters enfrentará por
primera vez a padre e hijo

Minutos antes de que Estados Unidos encendiera las barbacoas y se sentase delante del televisor con la Super Bowl, un hecho singular aconteció en el Abierto de Phoenix, el torneo que más barullo —184.000 espectadores el domingo— y tacones altos reúne en todo el PGA Tour.
Ganó Kevin Stadler, el golfista que, después de 293 intentos, se estrenaba en el gran circuito casi con 34 años —los cumple mañana— y que recibió como premio añadido el billete para el Masters de Augusta, el gran evento del golf mundial, que tiene en la nómina de chaquetas verdes el nombre de su padre, Craig, La Morsa, vencedor en 1982 y que, precisamente, este año, con 60, jugará por última vez en el Augusta National. Luego se echará a un lado y resumirá su presencia a la cena de campeones del martes y los paseos con la exclusiva prenda puesta entre las mesas de la terraza de la casa club donde triunfa el sandwich de queso y pimientos.
La coincidencia provocará un hecho insólito en el primer Grand Slam del curso: padre e hijo jugando la misma edición. Desde que en el último tercio del siglo XIX Tom y Tommy Morris coincidieron en distintos Open británicos, ningún torneo de esa magnitud había arrojado tal situación. «Es grandioso porque va a ser mi último torneo. Siempre me decía, el día que él lo juegue será el último», expuso Craig, que ahora intentará afilar la puesta a punto en los tres meses que quedan. Su objetivo es pasar el corte en el Masters, donde no juega el fin de semana desde 2007.
Para Kevin será el debut profesional en un campo que, a pesar de haber acudido «en siete u ocho ediciones», sólo lo ha jugado una vez en su época universitaria. «Me hubiera gustado haberlo logrado hace cinco años, pero no puedo decir que sea un mal premio», contó en Phoenix, adonde su padre viajó para ver la coronación de su hijo.
«Lo pasaremos muy bien», coincidieron ambos, antes de que hayan programado sus agendas para esa semana de abril en el condado de Richmond. Seguramente compartirán casa alquilada —los jugadores suelen huir de los infames hoteles de la zona—, y jornadas de entrenamiento. Y quizás, aunque no es el estilo de los organizadores del Masters, les podrían hacer jugar las dos primeras rondas juntos.
Sólo se tendrán que separar obligatoriamente en los vestuarios —los chaquetas verdes disfrutan de un espacio— y en la comida. A Craig le corresponde un lugar en el comedor de campeones, al que no tiene acceso Kevin. «En los dos últimos años, mi padre me decía que me diera prisa, que le faltaba poco para dejarlo», soltó riéndose. Ni siquiera la paliza posterior a sus Broncos —jugó de naranja en su honor— le borró el gesto.


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